domingo, 25 de noviembre de 2007

En blanco y negro


La jornada me despertó a las cinco de la mañana. Escuché unos ruidos extraños. Me levanté sonámbulo y vi a Sabulia, el guardián de la casa de nuestro vecino. Arreglaba las plantas que hay frente a nuestra entrada. Amanecía. Tras pasar por el baño, volví debajo de la mosquitera sin despertarme del todo y con la curiosidad cubierta.

Catorce horas después había sido un día largo, cansado, de reuniones, de un calor sofocante. Regresamos a casa con ganas de soltar el portátil, las bolsas de la compra, la mochila. Dejar todo sobre la mesa y tirarnos en el sofá a descansar. A recuperar aire antes de hacer algo para cenar.

Con ese instante soñaba al aparcar. Como siempre, ahí estaba Sabulia, el hombre que acaricia las palabras cuando habla. Lo primero que nos dijo cuando nos conoció fue...

- Ustedes ¿necesitarán una empleada?
- No Sabulia. En principio no.
- Bueno cuando la necesiten, si les parece díganme. Yo tengo una cuñada que es muy buena.

Él no era el primero que nos planteó el tema. En la anterior vivienda nos ofrecieron varias veces los servicios de empleada. Un blanco es sinónimo de extranjero que gracias al dinero no tiene necesidad de cansarse. Un blanco es un bolsillo con dólares. “Compre señor. Tengo esto para usted, señor. ¿Le cuido el carro señor?” Los blancos son posibilidad de trabajar. ¿Cómo puede ser que un blanco se niegue a dar trabajo?

- No se preocupe, Sabulia. Si la necesitamos se lo diremos a usted.

La incomodidad es lo primero que se siente y lo que menos le importa a la realidad. Uno tiene que cargar con ello. Y si quiere ir de igualitario, de tú a tú, de enrollado, aquí nadie te entiende, piensan que estás loco, y en definitiva no eres bien visto si al final de tu bolsillo no sale lo que tiene que salir. Dinero. La necesidad crea su propio idioma.

- Boa noite, Sabulía. Tudo ben?
- Boa noite, patron. Si, obrigado, e vosê?
- Bien, pero no me llame patrón, por favor. Llámeme Carlos
- Si. Esta mañana, cuando les limpié el carro vi que tenían una puerta mal cerrada.
- ¿Cuándo nos limpió el carro?
- Sí, hoy a la mañana, antes de que se fueran a la ciudad
- Pero, Sabulia, ¿Y por qué nos limpió el carro?
- Es que lo tenían sucio.
- …
- Así es, patrón
- …No, no, a ver, patrón no, Carlos
- …
- Pero, Sabulia, si limpió el carro le tengo que pagar. ¿Cuánto es?
- Lo que usted quiera, patrón.

Edna dejó las bolsas en el suelo

- Pero es un trabajo, Sabulia
- Si, señora. A la mañana también limpié el jardín que tienen enfrente.
- Sí, Carlos le oyó a primera hora
- Pues igual. Lo veía desarreglado y lo dejé limpio.
- Bueno, y ¿cuánto le debemos?
- Lo que ustedes quieran
- Pero nosotros no sabemos. Acabamos de llegar al país.
- Yo no les voy a decir. Es una demostración de respeto.

Una vez más, Edna marcó el terreno.

- Está bien, Sabulia. Lo averiguamos y le pagamos. Pero la próxima vez que necesitemos lavar el carro o que nos haga algo le decimos.

Sabulia miraba con ojos de buena persona. Y pensaba que aún llevamos poco tiempo. Que las cosas nos pondrán en nuestro sitio. Que él tiene que dar de comer a su familia. Casi se le podía escuchar a través de su mirada.

Esa noche mientras cenamos hablamos menos. Necesitábamos pensar.

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