sábado, 17 de noviembre de 2007

Falando portugues



Nuestra nueva casa es pequeña. Tiene lo básico: paredes, techo, agua, luz y algún elemento añadido no sin esfuerzo (una cocina portátil de un fuego y un frigorífico-caja fuerte con llave). Cuando tiras de la cisterna del baño despiertas a los vecinos. Pero es nuestro paraíso. Enfrente tenemos una playa salvaje bañada por las olas tranquilas del Índico e inundada de caracolas y pedazos de coral. Por aquí pulula una fauna de tres perros, un gato, numerosas lagartijas, innumerables hormigas y más bichos que aún no hemos descubierto. Tenemos un vecino finlandés, otro mozambicano y una pareja, ella danesa y él también de aquí, de Maputo. Además está Sabulia, una especie de sereno que cuando habla parece acariciar las palabras. Salimos de casa a las siete y regresamos habitualmente cuando anochece. Sobre las cinco.

Aquel día, al poco de salir un policía extendió el brazo. Teníamos el cinturón puesto e íbamos despacio. Así que paré el vehículo sin excesiva preocupación. A la izquierda, como debe ser. Bajé la ventanilla.

-Buenos días
-Buenos días, señor. Disculpe, ¿podría llevarme a la ciudad si es que van para allá?
-Sí, vamos, claro, suba.

Por el camino el agente nos contó que debemos tener cuidado. Que últimamente “viene mucho tanzano que se dedica a delinquir”. Curiosamente, el que “delinque” siempre es el que viene de fuera, pensé, el “otro”, el “ajeno”, aquí y en la Castellana. Qué peligroso es el miedo.

Llevaba días pensando en acudir a alguna academia para estudiar portugués. En una tienda hindú en la que entré para preguntar si tenían módems para mi portátil (mi guerra por conseguir tener Internet es popular y prolongada) me dijo la dependienta que no me entendía y que si era español hablara en español que me entendería mejor. Mi orgullo quedó en el suelo aplastado como se apagan los cigarros.

En ese instante decidí acudir a una academia que había visto un par de veces. El cartel indicaba claramente que se daban clases de inglés y de francés. Pensé que quizá también de portugués o al menos me darían alguna referencia. Pero esto es Mozambique, donde nunca nada es a la primera.

-Buenas tardes, venía para informarme de las clases.
-La academia está cerrada –me dijo sonriendo un tipo simpático-
-Ah! y ¿cuándo abren?
-El profesor no está.
-Ajá y ¿cuando viene?
-Se fue hace un año. La academia está cerrada.

Mi portugués sí me dio para entender que no tenía nada que hacer. Así que imitando su simpatía le di las gracias y me fui con una medio sonrisa. De momento mi aula seguiría siendo la calle.

Tengo dos amigos con los que comparto conversaciones en un portugués sabroso. Uno es Tomás, un hindú cristiano sonriente que trabaja sin dejar de hablar. El otro es Díaz. Ingeniero. Un hombre de ébano, grande, fuerte, de la etnia makonde y muy bien parecido.

-Díaz es el apellido, ¿pero cual es su nombre?
-Marcos, pero todos me llaman Díaz. Además así puedo decir “Todos os dias, Díaz está pronto para servir a você”

Y se echó una carcajada que nos contagió a Tomás y a mí.

Edna habla ya el portugués con una soltura pasmosa. A ella la entienden sin problemas. A la noche, volvemos al castellano. Aunque no siempre. La casa es pequeña, pero caben varios idiomas.

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