miércoles, 26 de diciembre de 2007

El balón de Pedro

Barcelona – Real Madrid a las 20 en mi casa” El sms era de Jordi. Cualquier excusa es buena. Me acerqué a la playa de Wimby para comprarle a doña Roda seis “laurentinas” grandes. Me hizo prometerle que le llevaría de vueltas los cascos.

Cuando el árbitro pitó el comienzo del partido estábamos frente a la pantalla siete amigos de diferentes colores y continentes. Nos unía una negativa. Nadie quería que ganara el Madrid. Incluso, Niko, un argentino de Rosario llevaba la camiseta del Barça.

A los minutos ya vimos que la cosa se torcía, que el Barça no era el de antes y el Real Madrid dominaba la situación. Así que nos pusimos a charlar. Al día siguiente era Noche Buena y ya que “cualquier excusa era buena” decidimos juntarnos a cenar. “¿Quién pone la casa? Acordaros de lo del amigo invisible. Yo puedo hacer pavo” Todo giramos la mirada hacia Angélica. ¿Pavo? La adoramos. Yo me quedé encargado de la cuestión marítima. A poder ser camarones. Jordi y Adolfo la bebida. “¿Cuantos seremos? Diez u once. Ok, estupendo. También hay carne que sobró del otro día. Yo soy vegetariano”. Las ”Laurentinas” se iban vaciando. Y de pronto lo que se veía venir. Golazo del Real Madrid.

Sentado a mi derecha tenía a Nando. Un tipo al que acababa de conocer. Como ninguno de los dos estaba emocionado con el partido nos pusimos a charlar. Lleva más de dos años pedaleando con su bicicleta. De Turquía pasó a Siria, Jordania y se introdujo en África por Egipto. Y de ahí siempre hacia el sur. Sin prisa. Aún no ha vuelto a casa. Su historia era para olvidar el partido y la liga. Decidí proponerle una entrevista para publicar en “Mozambiqueando”. Aceptó.

Terminó el encuentro. Acabaron las cervezas. Y cada uno se fue a su casa con una misión “navideña”. Antes pasé por doña Roda para devolverles los cascos vacíos del preciado líquido.

El día siguiente fue perezoso hasta que Edna me pidió que fuera a comprarle tabaco. Además debía encontrar camarones. Ella se quedó preparando su equipaje y ordenando un poco la casa. Al día siguiente nos iríamos a Dar el Salam. En nuestra ausencia ocuparían la casa algunos médicos italianos de Nampula. Me recorrí todo Pemba en busca del tesoro. La ciudad se movía a un ritmo más alterado de lo normal. Mucha gente en la calle cargaba bultos. Cada cual preparaba la noche como su creencia, sus ganas de juerga y su bolsillo se lo indicaban. Fue fácil encontrar tabaco. Pero el camarón se escabullía. Al final, en la playa de Wimby Pedro me dijo que si regresaba a las doce quizá estaría un amigo suyo que pescaba camarón. Pedro es uno de los guardianes de los coches aparcados. Sonríe seduciendo.

Convencí a Edna para ir a comer unos petiscos a la playa, donde nos esperaría Pedro. Al llegar, el guardacoches me dijo que su amigo aún no había aparecido. Hora y media más tarde, después de comer, tampoco llegó. La sonrisa de Pedro hizo que mi obsesión por los camarones no tuviera más importancia. “Cuando uno quiere camarón no hay y cuando no necesita aparece por todos lados” nos dijo. Pedro tiene nueve años y me pidió que le consiga un balón de fútbol. Prometido.

Regresábamos a casa cuando en el camino vimos dos jóvenes cargados de una ristra de lulas (calamares) recién pescados. Frenazo. “¿Que cuestan? Trescientos setenta meticais. Nos los llevamos. ¿Tienen troco (cambio)? Bueno quedense los 30 de propina. Obrigado. Obrigado a voçe. Boa noite e Feliz Natal!” Llegamos a casa con diecisiete lulas frescas. Cuando no se consigue lo que se quiere la alternativa puede ser mejor. Esa filosofía me mantiene alejado rabietas inútiles y ayudan al buen humor.

Edna limpió las lulas y a las ocho fuimos a recoger algunos de los comensales. Estaba oscuro. A mitad de camino comenzó una tormenta tropical en forma de cortina de agua. Además se fue la luz. Circulaba a veinte a la hora. Al final llegamos al destino sanos y salvos.

Nuestra última cena del año en Mozambique fue tranquila. Juntamos once personas alrededor de una mesa colombiana. Angola, Euskadi, La Rioja, Argentina, Mozambique, Madrid y Catalunya. Hubo algunos regalos humildes, pavo, pescado, ensalada, lulas, matapa (guiso mozambicano a base de mandioca) y bastante camaradería. Edna es nieta de su abuela Isma. Ahora está jubilada pero fue una habilidosa peskatera del barrio de Loyola en Donostia. Algo le ha debido traspasar a su nieta porque no sobró ni media lula. No quedó ni la muestra.

Al día siguiente teníamos que madrugar para tomar el avión, así que a las dos y media nos despedimos. Antes de dormir volví a recordar a Pedrito. Cuando regrese a Pemba lo primero que haré será buscar un balón de fútbol.

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