miércoles, 9 de enero de 2008

El dolor

La salida de Zanzíbar fue “diferente”. Los ordenadores no funcionaban, con lo que la kilométrica cola frente al check in de Precission Air (ese era el nombre) era la más lenta de la historia. Precisa, pero lenta. Había que comprobar manualmente uno a uno los billetes electrónicos. Algunas tarjetas de embarque las hicieron con nombres de dos pasajeros, con lo que había que rehacerlas. Las maletas facturadas las debíamos de recoger de donde habían sido amontonadas, para llevarlas al cuarto de embarque. Calor asfixiante. Un considerable número de italianos con pantalón corto, nerviosos y a voz en grito. Retraso, sudor, los niños… Cuando al fin, después de unas cuantas horas estábamos subiendo al avión, un jovencito sudafricano que estaba delante de mí se desmayó del calor. Lo recogió su padre y yo a su equipaje. No nos podíamos detener. El objetivo era subir al aparato.

Ya en mi asiento, y mientras garabateaba apuntes para el blog me vino de nuevo a la mente la situación de Kenia.

El drama que estos días vive su población no es de estos días. Ese destino turístico que nos recuerda lunas de miel, “Memorias de África”, safaris y exotismo tiene también una población pobre de solemnidad. Todo indica que el fraude cometido por el partido del presidente Kibaki fue evidente. Un fraude electoral es motivo de bronca en cualquier lugar. O debería de serlo. Hace unos años, el fraude de Bush en Miami en detrimento del hoy “verde” Al Gore supuso un circo mediático. En Kenia no están para circos. Y además se mezcla un elemento grave, peligroso. Un elemento con el que los líderes políticos juegan con una irresponsabilidad criminal. El hecho tribal. La “identidad étnica” contiene elementos económicos y va emparejada a un color político. Entonces, las protestas adquieren el componente étnico para el ataque, para la defensa y para el miedo a la “panga” (el machete). Los colonizadores fabricaron Estados según sus intereses. Trazaron líneas fronterizas sin tener en cuenta a quienes separaban y a quienes juntaban. La relaciones étnicas son la que son. Tienen su historia de agravios, mitos, temores y alianzas coyunturales. En gran parte son producto de las contradicciones entre los pueblos agricultores y los ganaderos con una sola tierra que repartirse. Y esas contradicciones han sido manipuladas por los poderes. Antes de la independencia y después. Las metrópolis europeas han sabido enfrentar unas etnias contra otras según los intereses. Por si no lo recordamos, en Ruanda, por ejemplo, el democrático gobierno del señor Miterrand apoyó incluso con paracaidistas a los hutus que poco después cometerían uno de los mayores genocidios de la historia contra los tutsi.

¿Realmente preocupa a los gobernantes “civilizados” lo que ocurre a la población de Kenia? ¿O lo que les preocupa es la estabilidad gubernamental en un país estratégico para la “guerra contra el terror”? El principal problema de Kenia es la pobreza. Eso no sé si se resuelve con elecciones democráticas. Lo que sé es que no se resuelve con fraudes electorales. Y menos aún con la utilización con la que los líderes políticos de la zona, en el poder y en la oposición hacen de la etnicidad como algo a defender con la sangre frente “al otro”, frente al “diferente”.

El miedo. Siempre el miedo como motor de la sin razón. El elemento identificador de pertenencia a un grupo determinado con elementos en común alimenta el imaginario y se vive con más ansiedad en esas circunstancias. Pero ¿qué sabremos de todo esto? Kenia es un importante destino turístico. Y la miseria se pasea sin vergüenza en las ciudades y en el campo. No será tan “ejemplar” una democracia que convoca elecciones sin alimentar estómagos y que engorda su poder con más corrupción. Turismo de lujo y pobreza. Mientras los números macros vayan bien el mundo es una fiesta. Mientras la emigración hacia el norte sea “ordenada” el sol se podrá seguir tapando con el dedo.

Aterrizamos en Pemba. El camino a casa nos mostró que las lluvias habían estropeado considerablemente el terreno. El cielo estaba gris y comenzó a llover. Nos empapamos. No había energía eléctrica. No había agua dentro de la casa. Las inundaciones estaban amenazando con desbordar el río Zembeze al sur de Cabo Delgado. Teníamos la batería del portátil agotada. No nos quedaba nada en el frigo para cenar. La situación no era la mejor. Me dediqué a mirar la tormenta a través del cristal. Cuando me descubrí pensando con desasosiego que África camina en círculo siempre alrededor del dolor decidí llamar a algunos amigos para que nos invitaran a cenar.

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