miércoles, 5 de marzo de 2008

El partido y la presidenta

Y fui al partido. Alguna vez había entrado con una cámara al estadio de Anoeta en San Sebastián. No era lo mismo. Aquí no había estadio. Se trataba de una extensión de hierba irregular y tierra rojiza, con una portería sin red en cada extremo. Veintidós jugadores sudaban sólo de estar bajo un sol y una humedad que carecía de compasión. Haciendo las veces de juez de línea estábamos todo el público. La afición de uno y otro equipo. Los curiosos. Los que no tenían nada más que hacer y la vegetación.

La presidenta del equipo donde jugaba Nico era Cristina, otra joven cooperante. Cuando la goleada iba en cuatro a cero a favor del equipo local (el nuestro) y a falta de quince minutos para el final, el argentino pidió la sustitución. Estaba reventado. O al menos, eso dijo.

El técnico del equipo miró a Cristina con una sonrisa pícara y le dijo “Su turno presidenta”. Ella que no, y todos los demás, jugadores y público que sí “Dele Cristina, ¡que se los va a comer!”. Los chicos del equipo de la aldea de Majate no pusieron buena cara. Percibían como una humillación, no ya el 4 a 0, sino el que una mujer entrase al juego. “Esto es serio. Esto es un juego de hombres” gritó el número 9 de los visitantes. No hizo falta más. Fue el resorte preciso para que la presidenta entrara al juego.

La percusión de Fernando redobló su animación. Adolfo despertó de su resaca. La bulla subió de grados. Los perros ladraban y muchos reían, aplaudían, gritaban. Los jugadores visitantes sintieron la rabia y consiguieron el gol del honor. Cristina nos miraba y se reía. La marcaba el jugador número 11. Ella divertida daba dos pasos y el 11 daba dos pasos con ella. Retrocedía y era su sombra. Hasta que mirándole fijamente y con las manos en la cintura le dijo,

- ¿Tan peligrosa soy?

El 11, serio, se alejó de ella. Pero sólo unos metros.

Al terminar el partido nos dieron ganas de volantear a la presidenta como heroína del equipo aunque ella no hubiera metido ni un gol. No lo hicimos por respeto… Por respeto a los visitantes que se iban cabizbajos y con su derrota en el remolque de un camión.


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