martes, 29 de abril de 2008

Cruzando el Zambeze

Conducía Nico. Yo combatía el sueño a cabezazos. Eran las tres de la tarde y nos dirigíamos hacia el río Zambeze, el mayor del país. Anualmente causa estragos producto de los desbordamientos. En esas ocasiones, los cocodrilos que lo habitan encuentran ampliado su territorio, y no son pocas las personas víctimas de sus mandíbulas.

En una recta larga nos cruzamos con Amor. Frenamos. Encontrarme en mitad de un camino que nos llevaba por todo Mozambique con mi amiga resultó una alegría. Estábamos en direcciones diferentes pero en la misma senda. Cada uno con su ruta. Ella, la que la llevará hasta Mauritania en unos meses. Nico, la de visitar Italia para conocer el origen de sus antepasados y después, desde Bogotá llegar hasta su ciudad Rosario, en Argentina atravesando el continente de bus en bus. Yo, la que me conduce a otros cruces de caminos que lleva a más cruces. La senda es la búsqueda permanente de la vida intensa y viva. La dirección es la que cada cual busca y las circunstancias le dejan.

Un abrazo. Hablar de lo último de los amigos comunes bajo un sol que derretía. “Te presento a Nico. La carretera está bien. ¿Qué tal Edna? ¿Ya tiene nauseas? Jodé vaya viaje. La emergencia por las inundaciones ya terminó”. Teníamos prisa y tuvimos que echar mano de otro abrazo, éste de hasta la próxima.

Más adelante nos asustamos al asustarle a una camioneta cargada de personas con la que casi chocamos. Pero los dioses quisieron que no pasara de un susto. La camioneta nos quiso adelantar en una camino de tierra por el lado prohibido (que aquí es la izquierda. Y no le busquen doble sentido). No la vimos y giramos para sortear otro enorme agujero cuando escuchamos un frenazo. Nadie se enfadó y, entre disculpas mutuas todos volvimos a ponernos en marcha.

Eran las cuatro de la tarde cuando llegamos a la orilla. El paso del Zambeze fue mucho más rápido y fácil de lo que esperábamos. No había ningún vehículo, y con cara de sorpresa nos colocamos los primeros a la espera del batlâo. Un muchacho se acercó solícito para limpiarnos la luna del carro. Le dijimos que sí y nos fuimos a recuperar nuestras horas de conducción a la sombra de una cerveza. Veinte minutos más tarde, regresamos. No sólo los vidrios. Todo el coche estaba tan brillante que parecía recién salido del concesionario. Imposible imaginar que ese vehículo había salido el día anterior de Pemba, a más de mil km. de distancia. Llegó el batelâo con tres camiones y cuatro coches. Cuando se vació, un militar con bastantes malas pulgas me ordenó que subiera el coche ¡ya! ¿Porqué tantos militares tienen el ceño tan fruncido y el carácter tan pasado de fecha de caducidad?

En ese momento a la cámara de fotos se le acabó la batería. Murphy tenía que hacerse notar.

Media hora más tarde estábamos en la otra orilla y nos encaminábamos hacia Caia. Llegamos al hotel Catapún, que estaba en mitad del campo, lo que aquí se denomina mato, y que se trataba de varias cabañas de caña entre una espesa vegetación. El sol se ocultaba y los mosquitos comenzaban su jornada. Al meternos en la choza nos quedamos “catapún” hasta que unos golpes en la puerta nos despertaron avisándonos que la cena estaba lista.

Compartimos la mesa con Nick, un zimbabwense blanco, biólogo, y tan grande como los elefantes que estudiaba hace años.

Antes de ir al cuarto a dormir pasé por el baño. Ahí fue donde me asaltaron.


viernes, 25 de abril de 2008

El cruce

Las últimas cuatro horas del viaje las condujimos con la única luz de los focos y tratando de esquivar las trincheras que había en la ruta. Además, debíamos llevar los cuatro ojos bien abiertos para no chocar contra nada ni contra nadie. Eso sí, una música especialmente seleccionada para el caso (Mónica Navarro, Chambao, Tiken jah Fakoly, Makako, Alpha Blondy…) acompañó el ritmo de los amortiguadores.

Con las cervicales algo castigadas llegamos a Nampula a las diez de la noche. Nos esperaba Mahari en su casa con la cena hecha. Mahari es arquitecto, rastafari, eritreo y bastantes cosas más. Pero ante todo es una persona exquisitamente hospitalaria y de movimientos tan dulces que enamora. Después de cenar, y a pesar de nuestros bostezos de agotamiento, Mahari no tuvo compasión y nos llevó al “mp3”, un local que está de moda en Nampula y que es bastante… ¿cómo diríamos? ¡hortera! Mientras, él se fue a una reunión de trabajo (¡a esas horas!). Mahari es un apasionado hasta la obsesión de la arquitectura. Nos dijo que en cuarenta y cinco minutos regresaría. Ahí nos quedamos Nico y yo preguntándonos qué coño hacíamos en ese lugar cuando eran las doce, nos teníamos que levantar a las cinco de la mañana y estábamos hechos puré. Mahari regresó puntual. Dos gintonics más tarde conseguimos ir a dormir.

A las cinco y cuarto sonó el despertador. Abrí los ojos sin saber dónde estaba. Preparamos el mate y salimos. Nuestro amigo rastafari dormía. Llenamos el depósito y dos galones de 20 litros. De nuevo en la carretera más dormidos que despiertos. Seguíamos hacia el suroeste. A nuestro madrugón todo estaba ya en marcha. Los mercados abrían y la carretera de nuevo era un río de gente. Horas de baches nos fueron despertando hasta que llegamos a Alto Linganha, donde la pista se transformó en una carretera perfectamente pavimentada, con sus líneas bien dibujadas y las áreas de seguridad. Pero eso sí, seguía igual el desfile de gente, de hombres, de mujeres con sus bultos, de niños que cargaban a niños más pequeños….. Setenta kilómetros más adelante, en Alto Molécué retornamos al camino de socavones y botes.

A la una y media de la tarde llegamos a Mocuba. Ahí teníamos un camino a la izquierda, hasta Quelimane y otro a la derecha hasta el paso del río Zambeze. Debíamos tomar una decisión. El camino de la derecha suponía doscientos castigadores kilómetros hasta el paso del río, donde deberíamos subir el vehículo a un “batelao”, cruzar el Zambeze y seguir ruta hasta el Gorongosa o quedarnos en Caia, en un hotel de bungalows llamado Catapún. El de la izquierda nos llevaba a Quelimane, pueblo costero que quedaba a cien kilómetros pero que al día siguiente deberíamos desandar hasta el mismo cruce donde estábamos. A la derecha corríamos el riesgo de llegar demasiado tarde, cuando el batelao dejara de funcionar (17h.), o que la fila para embarcar fuera demasiado larga, con lo que deberíamos dormir en el coche, a este lado del mayor río de Mozambique. A Quelimane llegaríamos demasiado pronto (la carretera era estupenda) pero al día siguiente tendríamos cien kilómetros de más.

Llamamos a Amor, que tenía su base de operaciones en toda esa zona. Estaba camino de Caia a Quelimane, con lo que si íbamos al río nos la cruzábamos. Esa fue la señal que buscábamos. Tiramos hacia la derecha alertas a un vehículo con una rubia al volante.


miércoles, 23 de abril de 2008

Brincos en el aire

Una comida frugal con un Diaz en duelo por mi partida. Una invitación a casa de Tomás, amigo hindú. Un abrazo sincero con Angelica, angolana, mujer luchadora. Mensajes en el móvil. Últimas compras en el barrio de Natite. “Voy a tener Saudades de você” me dice un niño que a veces me pide dinero y que no sé su nombre. Le acaricio la cabeza y me voy rápido. Yuma ya no quiere venderme nada más. Otra cerveza con Adolfo. Viola y Fernando, con sus miradas intentan dibujar un hasta pronto. Cristina, la presidenta tiene los ojos húmedos. Los amigos de este viaje compartido nos despiden mientras saludan a otros que llegan.

Fui a enviar un correo electrónico, pero se había ido la señal. Una vez más.

Ya todo estaba listo. Adiós, Pemba.

A tres kilómetros a la salida de Pemba, junto a la señal que nos deseaba "Boa viagem", Nico tenía una última despedida. Su equipo de fútbol. El partido en la aldea Majate fue un espectáculo. O mejor dicho, lo que había alrededor del partido era un regalo para mis ojos. Toda la aldea era una fiesta. Las crianças desviaron su mirada curiosa hacia esos dos “nkunhas” que aparecían de pronto. La camarita de fotos fue el jolgorio total. Todo el mundo reivindicaba su foto. Pero al primer gol todo brincó, y dio vueltas en el aire, y la gente inundó el campo y las mujeres con niños a la espalda se abrazaron. Alegría y risas en medio de la pobreza.

Llenamos el tanque de gasoil y terminamos saliendo a las cuatro y media de la tarde. Me iba de un lugar tan difícil de comprender como hermoso. Tan duro como seductor. Tan ajeno que me estaba comenzando a hechizar. Nos quedaban dos mil quinientos kilómetros hasta Maputo.

viernes, 18 de abril de 2008

Acentuando

La gente está alarmada por la acentuación de la crisis. Tanta acentuación que habrá que ponerle tilde a la palabra. Tampoco llevan tilde sin embargo hambre, ni biocombustible, ni crimen contra la humanidad. Sinónimos los tres y drama también acentuado en el sur. Llenar el tanque de un todo terreno con biodiesel equivale a llenarlo con la alimentación de un año entero de una familia africana. Literalmente.

Mientras, la crisis, o su excusa crean “democráticamente” monstruos deformados como los racistas que en el norte de Italia hablan de bombardear pateras para la mayor gloria de un Berlusconni enfermo de poder y de soberbia. Y la curia romana y la castiza ponen el grito en el cielo (¿será que su Señor es sordo?) porque en la España eterna se rompe la familia mientras algunos purpúreos “tocan” a los niños, mienten en sus radios y se olvidan de pedir perdón por tanto daño. Por tanta inquisición aún viva.

Llamemos a las cosas por su nombre. Demasiados intermediarios, demasiada usura, demasiado medio ambiente podrido. El planeta se va haciendo mierda en sus márgenes mientras los que viven en el centro cada vez tienen más dioptrías para ver de lejos y se espantan con los que llaman a la puerta.

Demasiada mentira, demasiado estereotipo. Cuanto más oscura es la piel mayor es su tendencia al robo dicen los que proponen mano dura. Y reciben el apoyo de la antigua clase obrera antaño vanguardia de los cambios revolucionarios que se borran hasta de los libros de historia. Los sindicatos gestionan la cara dura de los “satisfechos”.

En Kenia sus habitantes del norte compiten con los animales por el acceso al agua. ¿Preocupa eso a alguien? África se muere de sed, o ahogada, o de hambre, o sida, o cólera, o malaria, mientras las industrias farmacéuticas defienden su bussines y hasta se reconvierten en empresas armamentísticas. Éstas, aunque tengan tilde viven todo lo contrario de una crisis acentuada. Estados Unidos se ha comprometido a destinar algo más de doscientos (200) millones de dólares “para responder a la crisis alimentaria mundial”. Sin embargo son trescientos mil (300.000) los millones destinados a mantener la demanda de la industria de matar en el continente africano según Oxfam-Intermón. Los números mienten menos que las palabras.

La historia y el presente se hace con las personas. Y ellas, Yuma, Diaz, Tomas, Alima, Sabulia, Alizia, Selma, Angelica, Diamantino, Sheila, César, Avelino, Matilde, Monteiro, Pedro, son demasiado importantes para resignarse al destino de los indicadores que apuntan juicios finales. Habrá que seguir creyendo en el grano de arena, en la hormiga, en la mano amiga, en sobrevivir y en la magia de esa risa que acompaña a las personas en África a pesar de tanta hambre estratégicamente organizada. Existe una fuerza extraña, incomprensible, casi imposible que hace que la esperanza, a pesar de todo, siga revoloteando por aquí cerca y de vez en cuando se deje ver.

África se empeña en sobrevivir. A pesar de la esclavitud, del racismo. A pesar del norte y de los nuevos conquistadores. África es la última, la más delgada, la más frágil. La que más veces ha muerto y la que resucita una y otra vez. Lo dicen los ojos de sus gentes. Su empeño. Su día a día. Sus mujeres.

Que no se preocupen allá en el norte. África, esa África que acentúa los colores, los extremos, la belleza y el espanto. Esa África que muere y nace varias veces al día y que es maestra de la paciencia infinita. Esa África les sacará de la crisis.

miércoles, 16 de abril de 2008

07:56h.

Llevaba días con dolor de cabeza y mi estómago parecía un acordeón. Podría ser una resaca descomunal si hubiera bebido como para ello, pero no era el caso. Si además tuviera fiebre podría tratarse de una malaria, pero parecía que no. En cualquier caso decidí hacerme la prueba en cuanto terminara el trabajo.


11:39h.


Es curioso la de cosas que podían pasar en este sitio que nunca pasaba nada. Seguía con el dolor de cabeza y me fui a hacer la prueba de la malaria. Consistía en un pinchacito en el dedo para sacar una gota de sangre y en 30 minutos te daban la respuesta. Por esa gota de sangre salió parte de mi malestar. El dolor de cabeza se me fue. Me acompañaba Viola y la invité a un café mientras esperábamos el resultado. No era una obsesión, pero no es lo mismo detectar la malaria en los primeros días que cuando ya es demasiado tarde. Fuimos por el resultado. "NSE". Es decir “No se encuentra”. Lo que significaba que no había plasmodium en la sangre. Vamos, que no tenía malaria. Así que todo ok. Para que luego digan que la somatización es un cuento. Le dejé a mi amiga en la entrada de su oficina y me fui a comprar crédito para el móvil. Ahí me encontré con Yuma. Me quería vender alguna película pirateada por no sé qué empresa china. Después pasé por delante del “Palacio de la risa”, la delegación de Tráfico. Estaba de obras. Me vino a la cabeza mi carnet de conducir. Cuando me dieron el mozambicano tuve que dejar el español hasta que me fuera del país, que entonces devolvería el mozambicano a cambio del español ¿En cual de las cajas apiñadas a la entrada de la oficina en obras estaría? Llegaba de nuevo frente a mi ordenador para seguir trabajando cuando me encontré a Diaz. No tenía buena cara. Problemas personales que no dedo contar aquí lo agobiaban. Quedamos en seguir hablando. Por fin le podía devolver uno de los muchos favores que él me hizo. Escuchándole.


15:06h.


Comí con Nico. Y hablamos del viaje. Planificamos preparativos, ruta, horarios, compras. Logística. El sábado saldremos al medio día para llegar a dormir a Nampula. El segundo día será el más largo. A los dos nos hacía ilusión el viaje. A mí por doble y triple motivo. Después regresé a la oficina y trabajé hasta que me echaron. Hablé por teléfono con los amigos de la Unión Nacional de Campesinos para concretar una reunión con ellos el jueves de la semana que viene en Maputo. Se me volvió a terminar el saldo y me quedé con la palabra en la boca. Blasfemé.

19:01h.

Antes de ir a casa compré unos yogures para mi estómago triste y mis compañeros de piso. Al llegar me encontré con un nuevo inquilino en forma de cachorro de perro de un mes, cagón, llorón, lleno de pulgas y garrapatas y tan simpático que hasta me gustó. Sonó el teléfono. Era Oihan, el nuevo cooperante. “Mañana es mi cumpleaños” me dijo. Rápidamente había que organizar una cena para el día siguiente. Adolfo era la persona idónea para esos saraos, así que le llamé y respondió afirmativamente. Nunca fallaba este riojano. Mientras me preparaba algo para cenar, el lindo animalito se cagó en mi sandalia. Decidimos que ese nombre le iba. "Sandalia".


21:28h.
Me fui a la cama a escribir esto. Los aullidos de Sandalia no me dejaban concentrar. Edna me mandó un mensaje. Me echaba de menos. Concilié un sueño placentero interrumpido por lloros de cachorro, alarma de un coche, peleas de perros y zumbidos de mosquitos.


23:10h.


Un día más. Un día menos. Moçambique è lindo!

lunes, 14 de abril de 2008

Edna se va a Maputo

El abrazo en el aeropuerto fue largo y tierno. Edna se fue a Maputo. Se despidió de Pemba sin nostalgia. A los amigos les hizo prometer que se dejarían ver por la capital y marchó sin mirar hacia atrás. Yo respiré.

A la salida del aeropuerto unos niños jugaban con el avioncito que se expone fuera. Me enternecieron esos críos. Cuando vieron que les miraba vinieron a pedirme dinero y regresé a la realidad.

El día anterior me había levantado decidido a enviar el coche en barco y largarme yo también en avión. Mi tocayo (que no me perdona parecer mayor que yo siendo un par de años más joven y que me ha facilitado enormemente el trabajo todo este tiempo en Pemba) se había alarmado cuando le comenté la posibilidad de bajar yo sólo a Maputo en coche. “¿Estás loco? ¿Tú sólo? ¿Y si te pasa algo? No puedes llamar a nadie. No tienes cobertura. Son muchos kilómetros, Karlos. No puedes bajar sólo”. Le tomé el pelo invitándole a que fuese él quien me acompañara.
Pero sabía que tenía razón. Por eso me levanté esa mañana con una decisión. Lo enviaría por barco. Fui a la oficina de aduanas del puerto. Pero todo se torció. Los trámites eran largos y complicados. Se necesitaba salvar una serie de obstáculos burocráticos que podían con la paciencia del más entrenado. Además no había ninguna seguridad de cuando y en qué condiciones llegaría el carro al puerto de Maputo.

Sentado al volante y con el motor apagado me estaba comiendo los sesos para encontrar la mejor salida cuando me sonó el móvil.

- Che, Karlos, aquí Nico
- Hombre, Nico, ¿que tal?
- Mirá estoy todo caliente con lo que me dijiste de tu viaje a Maputo. Dijiste que estarías dispuesto a esperar hasta el jueves.
- Sí, pero tu hasta el lunes no podías, no?
- Mirá te llamo por eso. Te propongo adelantar el viaje dos días. El sábado, después del último partido, al medio día saldríamos y dormiríamos ese día en Nampula, en casa de un amigo eritreo rastafari que tengo allá, ¿te hace? ¿podés esperarme hasta el sábado?

Supe que esa era la solución antes de que mi amigo rosarino terminara su exposición. Era la solución, pero no sé porqué en ese momento le dije que se lo confirmaría en un par de días. Hoy le he llamado y le he dicho que nos vamos juntos el sábado.

Al día siguiente, al regreso del aeropuerto me fui sólo a comer a un bar de la playa de Wimby y a echarle de menos a Edna. Ahí me encontré con Pedro y sus amigos, con Adolfo y Mirella, con Cristina y Nico, con Alejandro, e incluso conocí a Oihan, un nuevo cooperante donostiarra. Hablé con todos y con todos me reí. Pero seguía añorando a Edna.

Entregué la casa y me fui a dormir al apartamento de Fernando y Viola. La cama era tan grande para mi sólo que apenas pegué ojo. La risa de Edna no me dejaba.

viernes, 11 de abril de 2008

"Mozambiquear"

Tengo aquí un amigo que todas las mañanas arranca su jornada laboral “mozambiqueando”. Dice que es lo primero que hace al llegar a su oficina. Y cuando se da cuenta de que hay algo nuevo para “mozambiquear” comienza el día con buen resabio. Eso me dice.


Una amiga se levanta con diez minutos de antelación para encender el ordenador antes de que los niños se despierten, “y así poder mozambiquear a gusto”.

Es lindo que “mozambiquear” sea un verbo hermanado a echar una sonrisa, a poner al día algún recuerdo, a preguntarse cómo seguirá, qué será lo siguiente. Un verbo que en alguna de sus conjugaciones se aproxima mucho a ese intraducible “Saudade”.

Mozambiquear” también es indignarse con lo indigno, querer pegar un grito cuando ya no se puede más, denunciar lo doloroso y sentir un leve temblor que sea terremoto con lo sutil, con lo probable, con una mirada, un silencio…

Y es más cosas “mozambiquear”. Es sentir sin esfuerzo empatía por el desarraigado. Aguantar la mirada cuando alguien te dice que tiene hambre, y retener su dolor para arrojarlo aquí y que desde el primer mundo también se sienta esa incomodidad de sobrevivir a los ninguneados. Para no olvidar. Para eso.

Pero “mozambiquear” también va de la mano del buen humor como bandera reivindicativa, de la duda como consigna orgullosa, de la belleza sin costo, de la mano amiga, del tiempo que vuela atrapado en un espacio de placer y sobre todo, de la gente querida.

En estos días “mozambiquear” navega cerca de la isla incertidumbre . Quiero huir del “dime lo que temes y te diré lo que provocas” pero no puedo evitar cuestionarme si estaremos haciendo bien las cosas. Me pregunto si no debería haberme opuesto frontalmente a que viniera Edna hasta aquí ahora. Diga lo que diga quien lo diga.

Mozambiquear” era aventurarse en una experiencia vital y contarlo. “Mozambiquear” según va sucediendo. Y lo que ahora sucede es que Edna está embarazada. Pasamos de la alegría al miedo a la ruleta rusa sin estación de paso.

Ayer me aseguraba Sabulía “cuando la mujer embarazada tiene picaduras en los brazos es bueno. Eso quiere decir que la criança va ha salir fuerte”. Desgraciadamente no es cierto. Algunas creencias son peligrosas.

Estos días “Mozambiquear” es también esa tensión. Ese miedo.


(Nota. Al día, de hoy sábado las cosas son así. Edna, al fin tiene mañana domingo avión a las once de la mañana para Maputo. Y yo sigo buscando compañero de viaje para ir a la capital con nuestro carro. El colega colombiano se rajó –los abrazos de su esposa tienen urgencia-. Y el argentino hasta dentro de una semana no puede ir, pues el domingo 20 tiene partido final de despedida. Ante esa situación se me presentan dos opciones. O bajo yo sólo los dos mil quinientos kilómetros en cuatro o cinco días o envío el carro en barco y bajo yo en avión. Lo primero es una aventura no exenta de riesgo, algo más caro y alimento de primera calidad para este blog. Lo segundo es más seguro y algo más barato. ¿La aventura loca o la locura bien organizada cuando tengo a mi compañera embarazada?)

jueves, 10 de abril de 2008

Desde Pemba con temor

Nos sorprende de nuevo ese bicho peludo y húmedo por debajo de las axilas, detrás de las orejas, en el cuello empapado. Ese calor sofocante que absorbe el oxígeno y apenas deja un mínimo resquicio para llevar algo que respirar a los pulmones. Estamos en Pemba.

De hecho llevo dos días intentando sin éxito subir este texto al blog. Internet aquí es una quimera.


A las cuatro y media de la madrugada esperábamos en Maputo, frente al hotel Mozaica a Félix, un alegre taxista “amigo de los precios justos”. Le acababa de llamar, aunque el día anterior me juró que no era necesario. “Estou a vir, estou a vir!” me dijo en un indudable despertar de sobresalto. Cuando faltaban quince minutos para las cinco seguía sin aparecer. Le volví a llamar.


- ¿Se ha perdido?
- No, no, estou a vir.
- ¿Cinco minutos?
- Dez, dez!!”


A las cinco menos cinco llegó y a las cinco y cinco estábamos en el aeropuerto. Tardó diez minutos lo que normalmente suelen ser veinticinco. En alguna curva estuve a punto de decirle que tuviera cuidado, que llevaba una mujer embarazada.


En la capital de Cado Delgado nos esperaban los amigos y los sobres enviados desde lejos. Uno de mi padre (al que le apasiona decorar los sobres para envidia diseñadores. Dentro me daba un pormenorizado informe de la situación familiar) y otro de Montevideo, de esas amigas tan queridas Viqui y Alejandra y que contenía un libro del país de la buena literatura y un disco de la tanguera y amiga Mónica Navarro. Además de una carta llena de recuerdos y cariños.


Con los camaradas de viaje africano, pusimos al día los chascarrillos, las novedades del corazón y de la política, los sueños y las aspiraciones. Y cómo no, el embarazo de Edna como tema central, como gran novedad a la que todos quieren ofrecer sus felicitaciones. Comimos en horarios desordenados y arrastramos un sueño embadurnado en repelente contra los mosquitos. La sobremesa nos trajo la puesta del sol.


Decidimos que Edna bajará a Maputo en avión lo antes posible y que yo me agenciaré un socio para bajar con el carro. De momento hay dos candidatos, Nico y Álvaro. Uno argentino, y otro colombiano. Excelente combinación para atravesar Mozambique de norte a sur. Pero metidos en esta noria loca en la que estamos las noticias cambian de día en día, así que mañana no qué será.


Todos los ocho de marzo son el día internacional de la Mujer. Además, el siete de abril, el lunes, fue el día de la Mulher Moçambicana. Por lo tanto, también el día de la hijita de Sabulia. La Organización de la Mujer Moçambicana organizó un acto en el que saludaban entusiasmadas al camarada Guebuza, presidente del país. Yo tendré que esperar a que Amina, la hija de Sabulia se cure de la malaria para regalarle la muñeca de madera que trajimos desde Maputo para ella.


Hace calor, mucho calor en Pemba y la temporada de lluvias terminó pero los mosquitos siguen amenazantes. Cuento las horas que faltan para que Edna regrese a Maputo.

viernes, 4 de abril de 2008

“¡Me ha dado positivo!”

Era un viernes. Trabajaba, como todas las mañanas clasificando información para el Centro Mugak en el hotel Mosaica de Maputo. Sonó el teléfono celular. Era Edna.

- Carlos, me ha dado positivo –y le siguió una risa nerviosa-.

No sé bien qué sentí. O mejor dicho, lo sé, pero no sé cómo se describe la parálisis del universo en un momento, la concentración de los elementos, la brisa petrificada, el presente suspendido en el aire, la concentración del mundo en ese instante preciso, en ese segundo en el que me desvanecí antes de recuperar el habla.

Edna, mi compañera, estaba embarazada. Todo cobraba un sentido diferente. Nuevo. Planes y proyectos entraban en cuestión. La conciencia de “tener un hijo o una hija” aún estaba por construirse. No me hacía a la idea de “ser padre”. Pero habría tiempo para eso. Para interiorizar la responsabilidad de cuidar queriendo y querer cuidando a un ser humano que aún no existe, pero que si todo va bien, en unos meses será protagonista de lo más importante de mi vida.

Fuimos a comer al restaurante Miramar frente al Océano Índico de esta capital africana. Nos mirábamos y nos reíamos como tímidos adolescentes. Nos abrazábamos con la alegría de vivir la intensidad de esta aventura de amor y humor.

Intentamos hablar de los siguientes pasos. Qué hacer, cuándo, dónde. Pero no era fácil. Apenas conseguimos dar unas primeras pinceladas al aspecto estructural. Pemba no es un buen lugar para un embarazo. No hay ginecólogos en muchos kilómetros a la redonda. Y las enfermedades andan al acecho, especialmente la malaria.

Después de comer caminamos largo rato por el sur de Maputo, hasta que agotados regresamos al hotel.

Los siguientes días eran un tobogán. “¿Estás bien? Felicidades. Me siento hinchada. Zorionak. ¡Hostia! ¡Qué fuerte! ¿no?. Parabenes. Y ¿qué prefieres niño o niña? Hay que comprar repelente. Congratulatios. El informe para el seguro. ¿Dónde lo vamos a tener? De cinco semanas….”. Comenzaron a llover correos, llamadas, preguntas, de Donostia, de Montevideo, de Pemba, de Zaragoza, de Buenos Aires, de Vejer, de Quito…

Y al fin, días más tarde, después de la primera visita al ginecólogo conseguimos planificar los próximos pasos, que más tarde serían re-planificados y vueltos a cambiar. Los leones, elefantes, jirafas, hipopótamos y rinocerontes del Kruger deberían esperar. Teníamos muchas piezas por encajar en este puzzle gigante. El martes 8 volaríamos a Pemba para recoger los petates, entregar la casa, abrazar a los amigos y despedirnos de esa localidad que nos acogió con su belleza y sus lluvias salvajes. La tierra makua. Y ese fin de semana meteríamos en el coche las dos maletas y emprenderíamos un viaje de una semana para atravesar el país de norte a sur y regresar hasta Maputo. Tendríamos que buscar casa. Buscar nuevos amigos. Cambiar de hábitos.

Edna está bien. Peleando contra el tabaco. A ratos se siente extraña, hinchada… Y al mismo tiempo, eso le confirma un embarazo deseado. Y está feliz. Yo pendiente de ella. Cuidándola lo mejor que sé. Aquí estamos, con un calendario en la mano, atentos a los mosquitos y con las contradicciones de estar en este rincón del África austral. Rodeados de muerte y rodeados de Vida.

miércoles, 2 de abril de 2008

El "Holandés errante"

Alquilamos un pequeño coche con aparato de música para escuchar los cds que me había agenciado en aquella tienda de la Long Street en Ciudad del Cabo (“An Afro-portuguese odyssey”, “Woman of Africa” y un doble de grupos tanzanos y keniatas). Y nos dirigimos al sur de Cape Town por el oeste de la península con idea de llegar hasta la Punta, hasta el mismo “Cabo de las Tormentas”, como lo llamó su descubridor oficial, Bartolomé Diaz (no confundir con el Díaz de Pemba, mi hechicero particular).

Íbamos por la carretera del litoral disfrutando de un paisaje hermoso. En Hout Bay nos detuvimos. Una pescadería anunciaba “If it’s fresher it’s still swiming” (“si está más fresco aún nada”). En el puerto, a la vez que una enorme foca amaestrada posaba cual modelo exuberante frente a los objetivos fotográficos de los turistas, un barco nos acercó a la isla Duiker. Allí, varias familias numerosas de focas, éstas sí, libres, aprovechaban el tiempo para holgazanear y darse chapuzones.

Seguimos más al sur y cruzamos la península hasta Simonstown, que era donde habíamos reservado habitación. Las vistas a la False Bay eran más que espectaculares. Teníamos que bajar más. Esta vez el mar lo teníamos a nuestra izquierda. Y llegamos a la Reserva Natural del Cabo de Buena Esperanza. Entramos. Era como una estepa con una vegetación extraña, diferente. Conducíamos despacio, saboreando el paisaje y de pronto, en un curva dos enormes avestruces. Al rato, varias elands (una especie de gacela) nos miraban curiosas. Más adelante llegamos hasta donde la carretera moría. Un barranco gigantesco, con un faro en su punta se adentraba como proa de buque de piedra en un mar brutal en su grandiosidad.(En este punto aclaro que hay versiones diferentes sobre dónde se encuentran ambos océanos. Pero ya que yo estuve aquí y no bajé hasta el Cabo Agulhas, que es el más meridional, pues supongamos que en el Cabo de Buena Esperanza, aunque no sea el punto más sureño sí es donde se juntan ambos Atlántico e Índico). Ahí estábamos, ante la furia y la anarquía de una naturaleza salvaje, impredecible, sin tregua. El “Holandés errante” no estaría lejos. Me sentí diminuto ante esta belleza. Sobrecogido.

De pronto el cielo se cubrió y una tormenta amenazó con hacer verdad la leyenda. Fue un falso aviso. Pero nos sirvió para darnos cuenta de que se hacía tarde. Debíamos regresar. Pero la curiosidad y la emoción de encontrarnos en un lugar tan fascinante podía más. Queríamos investigar todos los caminos. Vimos más avestruces, gacelas, y de pronto… ¡cebras! Nos detuvimos, y Edna, hipnotizada se dirigió hacia ellas. De vez en cuando los animales la miraban y entonces ella se detenía. Seguían pastando, y ella volvía a caminar. Amor me preguntó “¿Crees que vamos a llegar a tiempo a la salida antes de que cierren?” Le dije que sí sin saber porqué, ya que evidentemente no llegábamos. Edna estaba allá lejos, abducida por la emoción. Llamarla sería un sacrilegio. Además, posiblemente en ese instante algo sucedió en su interior. Le dieron ganas de llorar de bienestar, de sentirse admitida por unos animales salvajes como esos. La noticia que tendremos días más tarde quizá tenga que ver con todo aquello. No sé. La vida es un misterio.

La suerte quiso que encontráramos una salida de la Reserva Natural que no estaba cerrada, ya que el candado no funcionaba.

Fue una tarde hermosa es un paraje estremecedor.

Al día siguiente nos detuvimos en The Boulders a ver pingüinos. ¡Pingüinos en África! Simpática colonia de enanos con frac. Al atardecer llegamos a la capital de Wineland, la tierra de los vinos. Stellenboch parecía un pueblo holandés. Visitamos dos viñedos y probamos sus caldos. Regresamos a Cape Town, disfrutando antes del jardín botánico de Kristenboch. Un lugar para perderse. Como efectivamente sucedió.

Llegamos a Ciudad del Cabo cansados y felices. Como despedida decidimos subir a Lion’s Rump a ver la puesta de sol. Y en su lugar vimos algo aún más espectacular. Justo en el extremo opuesto, la salida de una luna de fábula vino a ser la más bella despedida. El atardecer del sol. El amanecer de la luna.

Al día siguiente subimos al avión para regresar a casa. A una casa que no es nuestra casa, pero que nos ha adoptado provisionalmente sin más preguntas. Una casa pobre, desvencijada, sucia y a la que justo le quedan fuerzas para sobrevivir al día a día. Una casa inundada de gente buena que saluda sonriendo aunque llueva.

Las azafatas hablaban portugués. El refrigerio, escaso venía dentro de una cajita de cartón que contenía la inscripción “Bom Appétite”.

El "Holandés errante" siguió su camino. Nosotros regresábamos a Mozambique.