viernes, 16 de mayo de 2008

Petiscos (4)

Su padre vino desde Argentina hasta Mozambique para visitarlo. En la despedida, tras dos semanas de idas y venidas por un país tan diferente, Nico le preguntó en el aeropuerto "Escuchá viejo, ¿qué fue lo que más te sorprendió de África”. El hombre se tomó su tiempo y serio, respondió con esa parsimonia de argentino batallado “¿Sabés qué ha sido lo que más me ha sorprendido de este lugar? Con el calor que hace, la cantidad de gente que lleva en la cabeza gorro de lana”

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Un desencuentro burocrático con el Ministerio de Salud ha impedido que una ong reparta setecientas mil mosquiteras para combatir la malaria en el norte de Mozambique que iban destinadas para los niños menores de cinco años. Nadie ha publicado este hecho, que se mantiene oculto a la opinión pública. Las próximas víctimas del mosquito maldito tampoco lo saben. Nunca lo sabrán.

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“Disculpe, -le dijo mi amigo A. al médico tradicional- estoy lejos de casa. Hace años que salí de Italia. África me acogió, pero a veces me siento sólo en el mundo. Hecho en falta tener unas raíces, un refugio. ¿Qué me aconseja?” El hechicero lo miró por un momento. Cerró los ojos y los volvió a abrir. “Usted, amigo, es blanco. Si fuera negro, le animaría a consultar con sus antepasados, los convocaríamos. Pero usted es blanco y todo lo que le puedo decir es que mire en la hechicería de su computadora”.

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El escudo de la bandera de Mozambique contiene una fusil. Hay quien critica ese hecho. Mirémoslo como lo mira un amigo mío. Muchos escudos de muchos países incorporan en su parafernalia los instrumentos con los que lograron su independencia. Lanzas, sables, cañones. Las garras del águila norteamericana sujeta con fuerza numerosas flechas. ¿Las que arrebataron a los aborígenes? Mozambique se independizó en el año 1975. Entonces, las flechas ya se habían modernizado.

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Salía de la reunión cuando me topé con un vendedor de flores en la calle. “Buenas tardes ¿Qué cuesta este ramo?" le pregunté. “Cincuenta meticais, señor”. El hombre llevaba una camiseta sin mangas, con una pequeña imagen del Che Guevara a la izquierda. “Ok, me la llevo”. Le pagué. Me dio el ramo. Le di la mano y le dije señalando con las cejas a su imagen del pecho “Gracias, amigo Che Guevara”. Apretó la mano y me respondió “Yo Orlando. Mucho gusto señor”.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Buscaba nombres en Mozambique, con los que hablar para volver y para contar y volver a pensar lo que viví hace unos pocos años en Beira. Esta yacimiento de humanidad promete.
Con más tiempo, en breve, me pondré contigo. Ahora quería saludarte y fijar este momento con estas letras y este saludo que envío